martes, 8 de marzo de 2011

John Huston - Under The Volcano (1984)

México, 1938. Celebración del día de Difuntos. Con su país al borde de la guerra con Alemania, el cónsul británico en México, Geoffrey Firmin (Albert Finney), corta todo contacto con sus familiares y se sumerge en un proceso de autodestrucción mezclando el alcohol con los recuerdos.
Nacido en Nevada (Missouri) en 1906, Huston falleció 81 años después, en 1987, como consecuencia de un enfisema pulmonar provocado por otra de sus grandes pasiones, el tabaco. Una vida larga para alguien que siempre había intentado llevarla hasta los límites, y que desde luego, apuró hasta el final: poco antes de morir dejaba listo el material de su última película, Dublineses, que rodó en silla de ruedas y con el continuo auxilio de una mascarilla de aire para poder respirar.
Dos años atrás había estrenado El honor de los Prizzi, una aproximación al mundo de la Mafia presidida por un marcado tono de humor negro. Pero fue un año antes, en 1984, cuando John Huston firmó su última gran película, Bajo el volcán. En su momento la crítica la acogió con frialdad y el público con desconcierto. Vista hoy, persisten los mismos problemas de ritmo y de guión. Sin embargo, al igual que ocurre con el Pat Garrett & Billy the Kid de Sam Peckinpah, la perspectiva de los años le ha otorgado a la cinta un encanto adicional para su disfrute, que radica precisamente en el hecho de saber que era una película muy personal de su director, un trabajo en el que el anciano realizador volcó todo lo que llevaba en las tripas y el corazón, para dejar plasmada su alma en el celuloide.
Tal vez por eso, más allá de todo el conjunto, lo verdaderamente destacable de Bajo el volcán es la magistral interpretación de Albert Finney en uno de los mejores papeles de su carrera. Pocos actores han retratado con tanto acierto dramático y capacidad de seducción escénica a un personaje atormentado y alcoholizado, cuya espiral de autodestrucción sólo se ve ligeramente suavizada por el placer que parece sentir mientras se deja caer en ese abismo. Un personaje que, en ocasiones, puede llegar a verse como un alter ego del propio director.
Resulta curioso observar cómo en la filmografía de Huston, sus protagonistas, los más auténticos al menos —lo que elimina las producciones de encargo con las que financiaba sus proyectos más personales—, pueden fácilmente agruparse en dos categorías: los aventureros (El tesoro de Sierra Madre, Cayo Largo, El hombre que pudo reinar), y los autodestructivos, normalmente vía alcohol (Vidas rebeldes, La noche de la iguana, Ciudad dorada, Bajo el volcán). Tal vez por ello, su película favorita era La reina de África, con ese Bogart encarnando, precisamente, a un aventurero conservado en alcohol. Por cierto, que aquel rodaje fue uno de los que más ayudó a forjar la mitología alrededor del cineasta, especialmente a través de los recuerdos del rodaje publicados por Katherine Hepburn. Fue ella quien comentó que todo el equipo sufrió de disentería con la excepción de Huston y Bogart, que no llegaron a probar el agua de África: sólo bebían ginebra.
Desde hacía más de veinte años, varios directores habían barajado la posibilidad de llevar a la gran pantalla Bajo el volcán la novela más aclamada de Malcolm Lowry. Este autor británico (1909-1957), de corta carrera y estilo tan brillante como atormentado, sufría un alcoholismo crónico que llevó a que algún periodista apuntara que sólo un realizador que supiese de los demonios y pequeños destellos de genialidad del alcohol sería capaz de adaptar con éxito alguna de sus obras.
Publicada originalmente en 1947, esta obra maestra literaria llegó a tentar a directores de la talla de Luis Buñuel, aunque sería finalmente Huston el primero en aventurarse a plasmar en imágenes las últimas 24 horas del ex cónsul británico Geoffrey Firmin en Cuernavaca, México, al pie de los volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl, durante la celebración del Día de los Muertos. La conducta autodestructiva de Firmin contrasta con el ingenuo idealismo de su hermanastro Hugh, mientras que Yvonne, la mujer de Firmin, vuelve a su lado con la esperanza de poder ayudarlo y recomponer así su relación. Sin embargo, la amargura y el alcoholismo del cónsul conducirán al descubrimiento de viejos secretos entre esos tres personajes centrales, que hacen imposible restablecer cualquier pasado.
Como ocurriera con Peckinpah, también John Huston veía México como la alternativa al mundo en el que estaba viviendo. Frente a la corrupción moral de ese mundo desarrollado, capitalista y controlador que era Estados Unidos, México, con todo lo bueno y lo malo, suponía una inocencia primitiva, el viejo orden natural, con la belleza y el horror de lo salvaje. De hecho, cuando Huston se hartó de Hollywood decidió autoexiliarse primero en Irlanda y después en México, algo que lo acercaba aún más a los pasos de Malcolm Lowry. (Al otro lado del rìo y entre los àrboles)
FA 3925

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