sábado, 19 de marzo de 2011

Josué Méndez - Días de Santiago (2004)

Santiago Román, un ex-soldado de 23 años ha vuelto a Lima después de años de haber luchado contra la subversión terrorista y el narcotráfico en su propio país y en la guerra con el Ecuador.
Dentro del panorama más reciente del cine peruano sin duda es esta película (opera prima de su realizador) la más interesante realización. El seguimiento al itinerario existencial de un heróe de apariencia ordinaria adquiere niveles insólitos dentro de lo que se había visto anteriormente. La lucha interior del ex combatiente por sobrevivir en la ciudad y bajo sus reglas no se desarrolla aquí como un alegato social sino hacia un más allá, hacia un nivel mucho más profundo e indistinguible. Es la enfermedad del hombre y su conflicto con los peores adversarios: su propia mente y espíritu.Santiago (potente actuación de Pietro Sibille) es un ex combatiente de la Marina de Guerra del Perú acostumbrado a imponer una forma de orden lejos de la civilización. Allá donde los ojos acusadores de cualquier ente pasivo y pensante no se atreven a mentar la ley. Allá donde se viven los restos de lo que fue una cruenta lucha contra el terrorismo en su peor época y una fracasada y corta bronca con un país vecino, que puso en evidencia el abandono de esas zonas producto del patológico centralismo. Como él mismo se define, allá era alguien. Un hombre de acción que como león enjaulado debía someterse a otras reglas de regreso a la gran capital. El conflicto entre su particular ideología con la de la polisémica y caótica Lima (y de cualquier seña de vida y convivencia) es el centro mismo de la película.Conflicto que se desenvuelve en los diversos episodios que se suceden alrededor del ex héroe convertido en expresión de tantos otros jóvenes de otras ficciones nacionales cuyos problemas tangibles (desempleo, desarraigos familiares) son los elementos reguladores de insatisfacciones más profundas. El caso de Santiago es insólito pues carga consigo el recuerdo poderoso de cuanto acto realizó como parte de su formación de joven pero que paralelamente le otorgó una especie de estatus, casi como dueño de su propio destino. Por ello se imagina con la invariable y terca consigna de dar la última palabra. Su obsesión por el control de todo apenas si se resume en una frase parca pero precisa: "sin orden nada existe". Casi recuerda al reyezuelo Kurtz de Apocalypse Now pero como si hubiera regresado a la lustrosa Norteamérica solo para lamentar la pérdida de su precioso trono allá en la jungla.Pero el caso de Santiago es el de una tragedia personal, mínima, intrínseca, la de un joven tratando de reinsertarse a un sistema que no entiende. Un sistema cuya defensa fue motivo de su lejano viaje a una realidad paralela de la cual ha regresado convertido en otro (tal vez en otro iluminado). Así lo vemos tentando todas las vías posibles: la de un trabajo, la de los estudios, la del amor y la amistad. Pero en todas ellas habrá de fracasar por algo incomprensible para los demás salvo para él y los espectadores que lo seguimos y escuchamos. Lejos está de afectarse por su disfuncional y humilde familia, ni mucho menos curarse (así su mujer sea enfermera). Sus sorpresivos arrebatos son apenas la explosión de su peculiar percepción cuando choca con la realidad de la convivencia con otro ser humano (contaminante) al cual no permitirá acercarse demasiado como para perturbar sus escapes en blanco y negro. El color de la variada y bullente vida alrededor es demasiado contraste para su línea vital y mental.Y la película crea su interés en base a la contrastada y conflictiva mirada hacia esa trayectoria errática casi en círculos (como la de cualquiera pateando latas). La ruidosa realidad de cláxones y combis, de pitos y griteríos, de caminatas y tropezones de la informal Lima solo puede ser evitada si crea alrededor de él una barrera que lo aísle, una barrera mental que como siempre no tardará en lindar con la locura. Más bien los únicos momentos de paz serán los vividos allá en algún simulacro de misión en la punta del cerro o en la extensa playa donde el horizonte parece ser lo único armónico en el mundo. Tal trayectoria lo acerca a un ser fantasmal al cual distinguimos nosotros pero nadie más a su lado.La puesta en escena hace de estas luchas y contradicciones su forma narrativa misma. Ese conflicto entre el blanco y negro y el color es total y expresivo como pocos intentos similares en nuestro cine. Luce como el encendido y apagado de esa furia y dolor, como la de ese león deambulando de un lado a otro de la jaula. Lejos está de una representación realista a secas, va mucho más allá. Ni siquiera las míseras y bizarras apariencias de algunas partes del paisaje limeño habrán de darle gran peso como retrato realista a pesar de lo llamativos que resultan (habría que citar el empeño de la dirección de arte en algunos momentos). El contexto apenas si sirve para expresar todo el alterado mundo interior del protagonista y aún así consigue paradójicamente el mejor retrato de la juventud peruana actual, crecida en medio de una sociedad que apenas cicatriza heridas pasadas. Heridas que como las de Santiago no se distinguen a simple vista. (Jorge Esponda: Cinencuentro)
Dos cosas me motivaron a realizar esta película. Una es la cita de abajo, la cual leí en una pared caminando un día por las calles de Lima. La otra fue la oportunidad de conocer al Santiago de la vida real, un joven ex-soldado peruano. Su generosidad, su simpatía, su humildad, me hicieron tomar conciencia de la terrible indiferencia social y estatal hacia personas que creyeron en su país.
Para mí, Santiago Román, el personaje, representa a una generación engañada que perdió su juventud en el campo de batalla y volvió a la ciudad sólo para luchar una vez más por adaptarse y sobrevivir en una sociedad sin memoria, que ni los reconoce ni los aprecia; una sociedad incapaz de ofrecer un rol digno a aquellos que lo dieron todo por protegerla, y donde todos compartimos la culpa por permitir un sistema que prepara a sus hijos para la guerra sólo para abandonarlos y dejarlos de lado una vez alcanzada la paz.
Días de Santiago es una película urbana. Trata de la rudeza de la vida en la urbe, de sus calles, del tráfico, del caos. No tiene, por lo tanto, ningún flashback. Las memorias de la guerra sólo están dentro de la cabeza de Santiago, y lo atormentan. Esto se expresa en la película a travéz de la voz en off del protagonista. El estilo visual del largometraje es ecléctico, la mitad del tiempo la fotogrfía es a color, la otra mitad blanco y negro. Después de todo, es la historia de un hombre en búsqueda de orden, balance y armonía en un mundo caótico.
La estructura narrativa del film no es convencional, no sigue estrictamente la estructura en tres actos, es más bien una estructura que refleja a su personaje principal. Así como Santiago no encuentra una dirección clara para su vida al comienzo de la historia, la película misma tampoco parece encontrar una dirección, no hay un camino claro, un final certero. Sólo cuando Santiago decide empezar una nueva vida la película logra concentrar suficiente impulso y la historia empieza a fluir con más rapidez. A partir de entonces la estructura sigue al personaje en su búsqueda por pertenecer y salvar gente en la vida civil. La cámara sólo busca acompañarlo, sea fija o en mano, con la intención de lograr atrapar a la audiencia y llevarla lo más próximo posible al estado mental del personaje, a su paranoia, a su inestabilidad, a su fragilidad social. (Texto de Josué Méndez , tomado deCinencuentro)
FA 3947

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