martes, 28 de febrero de 2012

Jean Rouch - Petit à Petit (1971)


POCO A POCO
Damouré, que junto con Lam e Illo dirige en Ayorou (Níger) la sociedad de importación-exportación Petit à Petit, decide construir un gran "Building" en su pueblo. Parte a París para ver "cómo se puede vivir en casas de varios pisos". En la capital, descubre las curiosas maneras de vivir y de pensar de los parisinos, que describirá en una suerte de "Cartas persas" enviadas regularmente a sus compañeros, hasta que éstos, creyéndolo loco, envían a Lam para que lo traiga de vuelta.

Este film puede ser visto como la secuela de Jaguar: los que estén familiarizados con aquella primera obra, recordarán que Petit à Petit ("Poco a Poco") era el nombre del puesto que Damouré y sus amigos habían instalado en un mercado de la Gold Coast. Rouch tenía idea de hacer un tríptico: la tercera parte iba a titularse Grand à Grand("Mucho a Mucho").
El film fue montado inicialmente en versión de cuatro horas, pero tal duración fue considerada excesiva para un estreno comercial, siendo reducida a dos horas, y finalmente a una hora y media.

Los intelectuales y artistas africanos que reprochaban a Rouch "filmar[los] como quien analizara insectos" parecían olvidar el contrapunto de la voz de Rouch, a menudo nítidamente anticolonialista y que daba testimonio de un amor infinito por Africa, a la imagen de Petit à Petit, desopilante ejercicio de estilo surrealista, que da vuelta como un guante a las manías antropológicas y racistas de los occidentales para con el continente negro. Partidario de una etnología compartida y fraternal, Rouch sentía curiosidad por todo, en primer lugar por las opiniones de los espectadores africanos, cuyos comentarios escuchaba tras la proyección, y tenía en cuenta para volver a montar los films al día siguiente. "Oyente" profundamente humano del otro, Rouch jamás dejó de "tender puentes entre los hombres", como escribía en Le Monde Jacques Mandelbaum, en la conclusión de su magnífico homenaje al cineasta. También Godard, en un mismo gesto admirativo, decía de Rouch que "no ha usurpado el título de su tarjeta de presentación: "Investigador del Museo del Hombre". ¿Existe más bella definición del cineasta?" (...)
Fascinado por los misterios del monte africano, transportado por la magia de los lugares y de los brujos africanos, Rouch sabrá siempre adaptarse a un continente que sólo él supo filmar tan bien. Por magnífica que sea, Hatari! de Hawks es un film "blanco" que no suscitará otra inquietud que la de trasladarse al zoológico más cercano para contemplar los rinocerontes de John Wayne. Rouch, en cambio, es un artista negro y blanco, cuyos rastros seguirá toda una generación de futuros actores y realizadores africanos que también develarán sus países a los ojos del mundo occidental: Oumarou Ganda, formidable Edward G. Robinson en Moi un Noir, rodó a continuación varios films de primer orden; Safi Faye, actriz de Petit à Petit, es en la actualidad una realizadora estimada y reconocida del Senegal.

Una narración que se vuelve delirio e invención constante en Poco a Poco (Petit à Petit, 1968-1970) y  Dioniso (Dyonisos, 1985). El cine-placer, como lo nombra el propio Rouch. Cine improvisado, en la línea de Yo, un negro y Jaguar, de la cual Poco a Poco se quiere continuación, recuperando al grupo de protagonistas que se había ya convertido en grupo habitual de colaboradores. Cine amateur en el mejor sentido, en donde se rechaza toda idea de maestría para abandonarse a un cine libre, que se crea en diálogo constante con sus colaboradores, y que se abre a la ocurrencia compartida, a interrupciones de todo tipo, que desarrolla una idea de creación comunitaria que -como apunta certeramente Angel Santos- nos hace pensar en el cine del último Pedro Costa. Obras que investigan el mito en presente, no como un atavismo propio de sociedades primitivas, tanto en la etnografía invertida de Poco a Poco, como a través de la recuperación del mito clásico en el taller experimental de Dioniso, un filme que remite claramente a los cruces de etnografía y surrealismo del círculo de Georges Bataille de los años 30. Eso sí, esta vez la comunidad que se crea es todo menos inconfesable, ni siquiera es una de esas comunidades torturadas que abundaron en el cine moderno, sino una comunidad gozosa de la que sin duda nos hubiera gustado formar parte.
Iván G. Ambruñeiras, Blogs & Docs
FA 4536

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