sábado, 11 de agosto de 2012

John Boorman - Deliverance (1972)


Deliverance: viaje a la América Profunda

Hay varias formas de disfrutar Deliverance. Se puede apreciar el film como un espectacular y tenso thrillerde acción y terror al uso, con sus protagonistas acosados por un peligroso cazador que busca venganza. Sea como fuere, lo que es innegable es que la película de John Boorman ya se ha convertido en un clásico del cine. Sumerjámonos en ella. Sumerjámonos en la América Profunda.
Lewis Medlock (Burt Reynolds) es un joven empresario de Atlanta que disfruta de las excursiones campestres, donde da rienda suelta a sus masculinos instintos de aventura y supervivencia. Cuando la mayor parte del valle del río Cahulawasse, que fluye revoltoso bajo las montañas de los Apalaches, va a ser sepultado por un lago artificial, decide organizar un descenso por su curso con tres amigos: Ed Gentry (Jon Voight), Drew Ballinger (Ronny Cox) y Bobby Trippe (Ned Beatty), que si bien no gozan del contacto con la naturaleza tanto como él, se deleitan con triviales divertimentos "exóticos" como el sorteo de peligrosos rápidos o la pesca al aire libre. Pero el segundo día de excursión se separan, y cuando Ed y Bobby se acercan a una orilla para solicitar ayuda a unos ariscos lugareños, éstos, sin prácticamente mediar palabra, retienen al primero violentamente y le obligan a presenciar cómo violan con brutalidad al segundo. Por suerte, Lewis aparece con su arco y de un certero disparo en el pecho de uno de los rednecks zanja la cuestión. A partir de aquí, los cuatro chicos de ciudad se verán envueltos en una pesadilla en la que deberán centrar sus esfuerzos en seguir vivos y planear la defensa que da nombre a la película.
Hay varias formas de disfrutar Deliverance (John Boorman, 1972). Se puede apreciar el film como un espectacular y tenso thriller de acción y terror al uso, con sus protagonistas acosados por un peligroso cazador que busca venganza. En este caso, lo mejor es relajarse ­en la medida de lo posible- y dejarse llevar por la aventura de supervivencia que viven Reynolds y compañía. Las Apalaches regalan un marco incomparable a la acción, y el salvaje río, preñado de mortales rocas de afilados contornos, incomoda tanto al espectador como a los propios personajes por su violencia y atroz eco salvaje. Pero por otra parte, la película tiene una fuerte carga simbólica. El hipervitaminado Lewis Medlock organiza la excursión como parte de su obsesión con la lucha del hombre con la naturaleza, furioso por la acción industrial en la zona. Todo ese hermoso marco natural va a desaparecer, y eso es indignante; hay que disfrutar una última vez, antes de que el futuro sepulte al pasado. La eterna dicotomía ciudad-campo y progreso-tradición encuentra aquí una visceral expresión. En este caso, la película se convierte en un cuadro de emociones y sentimientos, agradables al principio pero aterradores a partir de la violación del personaje de Beatty, que acontece sin preámbulos ni avisos. Esta manera de verla encuentra su mejor expresión en la interpretación de Jon Voight como Ed Gentry, cuyos ojos reflejan de manera increíble todo lo que sucede, desde la diversión al pavor y la desolación final, cuando todo acaba y la situación es irreversible. Todos se han enfrentado a sus miedos, se han puesto a prueba en una situación extrema, y el resultado ha sido terrible. Sea cual sea el prisma bajo el que el espectador se siente a ver la película, en ninguna medida aliviará la carga de tensión que refleja cada minuto del metraje, inquietud subrayada hasta la exasperación por el manso ritmo narrativo que Boorman mantiene durante todo el film, una tranquilidad inalterable y desquiciante tanto en los momentos más plácidos como en los más brutales.

Supervivientes
Cuando llegan al idílico lugar de acampada, los cuatro colegas mantienen esa actitud cosmopolita de superioridad frente a las gentes de campo. Sin ningún tipo de maldad, hay que reseñar. Desoyen las advertencias de los lugareños acerca de la peligrosidad del río, alardeando de sus más que sobradas aptitudes para afrontar la aventura. Lo típico. En este primer contacto con los habitantes del bosque se produce una de las escenas más recordadas: el inolvidable duelo de banjos entre Drew y el extraño niño albino (Billy Redden), secuencia en la que es más que destacable la capacidad del actor Ronny Cox, en su primer papel cinematográfico, de reflejar con su rostro el auténtico disfrute de la situación, auténticamentehillbilly. La unión de los dos universos, totalmente distintos, es perfecta, unos y otros participan de la situación bailando, aplaudiendo, silbando. Este dominio de las circunstancias hace que el cuarteto se crezca aún más: si estamos a la altura incluso en los aspectos más folclóricos de esta gente, ¿qué problema puede haber? Pero el pequeño muchacho abandona el dueto repentinamente Es parte del aura premonitoria que rodea a los protagonistas, un ambiente en el que abundan los sutiles mensajes, intuidos pero palpables, de que algo malo va a suceder. Y, en ciertos momentos, da la impresión de que lo saben, de que participan de ello con resignación, dispuestos a acatar cualquier cosa que pase.
Cuando inician el descenso por el río, la personalidad de los cuatro personajes se va definiendo. Lewis es el jefe natural de la banda, fuerte, de pecho peludo y aguerrida actitud, capaz de lanzar flechas con precisión y pescar y cazar como un auténtico superviviente. A lo largo de toda la trama diserta continuamente sobre la naturaleza, la lucha, el instinto animal, se jacta de conocer un medio en el que se desenvuelve con aparente soltura. Pero algo no encaja del todo; en una ocasión, Drew dirá de él que "ha estudiado el bosque, pero no lo siente. Quiere fundirse con la naturaleza, pero no lo consigue". Y es cierto.
Ed es, de alguna forma, el mejor compañero de batalla; es en el que más confía, cuya compañía le es más placentera -en este sentido, su relación similar a la que mantienen Robert DeNiro y Christopher Walken en El Cazador (The deer hunter, Michael Cimino, 1978)-. Tendrá una prueba personal al enfrentarse a un ciervo en el bosque, cuando todos duermen: no podrá matarlo, y su rostro será reflejo del temor que le causa el provocar daño a otro ser vivo, miedo que habrá de abandonar más adelante de forma radical.
En cuanto a Bobby y Drew, ni siquiera se plantean la situación de forma tan vital. Para ellos, este fin de semana han cambiado el golf por una pequeña e insignificante aventura. Drew es un tipo afable, simpático, un tanto bobalicón incluso. Y Bobby se lleva la peor parte. La violación es, sencillamente, salvaje: obligado a desnudarse, es perseguido y sodomizado por uno de lo lugareños, que le obliga a chillar como un cerdo mientras su amigo desdentado contempla la escena y ríe histéricamente. Cuando Lewis y su arco entran en acción, el paleto sin dientes huye y nuestros chicos se quedan observando, aturdidos y en silencio, cómo el violador agoniza, exhala su último aliento y muere. Y durante toda la secuencia, ni una sola nota musical, tan sólo los sonidos del bosque. Al decidir enterrarlo, la presa que sepultará el tan apreciado entorno se llevará el terrible secreto, salvando sus futuros.
Por todo ello el giro de la acción es tan bestial. La actitud de todos cambia, su papel en la obra da un vuelco. Obviamente, Lewis debería defender al grupo, guiarlos a la salvación. Pero en la huida, cuando vuelcan las canoas, se rompe una pierna: se ha convertido en una carga para todos, es un bulto inútil. Bobby ha sido violado, su mente está en otra parte, traumatizado. Y es físicamente el menos ágil de los cuatro, orondo y poco hábil. Drew es la voz de la razón, partidario de acudir a la policía y confesar lo que ha pasado; pero Lewis ha matado a uno de los violadores y todos lo han enterrado, un hecho que puede arruinar sus vidas. En el accidente con las canoas, Drew sale disparado y muere horriblemente, su cuerpo roto contra unos troncos flotantes ironías del destino, la oportunidad y la desgracia se unen en la tragedia. Allí mismo hunden su cuerpo, abandonado para ser comido por los peces. ¿Quién queda? Ed, sólo él. Tendrá que salir a buscar al que les acecha, llevar esta espantosa situación a una solución feliz. Y cumple: encuentra a su presa, se arma de valor y dispara, alcanzando su cuello de un flechazo. Bobby grita, alborozado, al ver el cadáver:
-"¡Lo has hecho, Ed! ¡Lo has matado! Pero ¿es él?"
-"Creo que sí"
Al regresar por fin al pueblo, tienen que explicar lo sucedido. Su amigo Drew ha muerto en un accidente fluvial, al no llevar el chaleco salvavidas. Es difícil que la policía encuentre el cadáver, sobre todo ahora que van a construir la presa que lo inundará todo, a pesar de la tenacidad del sheriff Bullard (James Dickey, autor de la novela en que se basa la película), que desconfía de la versión de estos señoritos de ciudad. Los días que pasan aquí, a la espera de que Lewis reciba el alta del hospital, asemejan en su aspecto y actitud veteranos de guerra, traumatizados, decrépitos, llorosos y magullados, vestidos todos con ropas idénticas, prestadas por los ancianos que les acogen. Solamente Bobby parece disfrutar de esta hospitalidad, sin duda un falso placebo con el que trata de engañar a su cerebro; prueba de ello es la insustancial conversación durante la cena. Ed, por su parte, no puede olvidar nada de lo acontecido, teniendo que encargarse, además, de dar la mala noticia a la viuda de Drew y sus hijos. Pero tienen que seguir con sus vidas
En un plano final tan alarmante como premonitorio, la mano de Drew emerge del fondo del nuevo lago. Es una pesadilla de Ed, sólo una pesadillaLos títulos de crédito dan por finalizada la película. Ni un ápice de humor. Fin.

Cowboys de ciudad
Esta metáfora sobre la inutilidad de las convenciones y estructuras sociales frente los instintos primarios optó a tres Oscars en 1972: mejor película, dirección y edición. No ganó ninguno, porque era el año de El Padrino (The stepfather) de Coppola, que le arrebató el primero, y, sobre todo, del Cabaret de Bob Fosse, que se llevó los otros dos -y seis más-. Más allá, cabe destacar el fabuloso trabajo tras las cámaras del operador Vilmos Zsigmond, en buena medida responsable de que la película soporte de forma estupenda el paso del tiempo. Salvo algunos problemas de iluminación en determinadas escenas ­las condiciones de rodaje fueron complicadas-, las imágenes reflejan la belleza del entorno y la brutalidad de la situación a partes iguales, grabando en el recuerdo del espectador buena parte de lo que acontece. Desde el ya citado dueto musical inicial al plano final, no se abandona fácilmente el recuerdo de la violación, a medio camino entre lo intuido y lo brutalmente gráfico y que marcó a un joven Tarantino hasta el punto de reproducirla en las carnes de Ving Rhames en su Pulp Fiction (1994). El cuerpo roto de Cox, los descensos por el río, el accidente con el arco de Voight y su accidentada escalada por la roca un buen puñado de recuerdos grabados a fuego en el cerebro de los aficionados gracias al trabajo del tándem Boorman/Zsigmond; no en vano, el maestro húngaro trabajó, en esos mismos años, en títulos clave como Encuentros en la tercera fase (Close encounters on the Third Kind, Steven Spielberg, 1977) o la ya mencionada El cazador.
Lo que es evidente es la influencia que ha tenido en los años posteriores, hasta hoy mismo; sin ir más lejos, en la comedia escatológica de 2004 De perdidos al río(Without a paddle, Steven Brill), el mismo Burt Reynolds parodia su papel en la película. Títulos como Cabin Fever (Eli Roth, 2003) o Big Fish (Tim Burton, 2003), por ejemplo, homenajean en algún sentido el clásico, e incluso Luis Mandoki reconoce haber aceptado dirigir Atrapada (Trapped, 2002) porque el guión le recordó a sus dos películas favoritas: Perros de paja (Straw dogs, Sam Peckinpah, 1971) y la propia Deliverance. Viendo la trayectoria del realizador no se nota nada, la verdad. Más allá del cine, la influencia de este éxito fue tal que durante los años siguientes a su estreno treinta personas murieron ahogadas intentando cruzar el tramo del río donde la película fue rodada.
En principio el director elegido había sido el propio Peckinpah, maestro de la acción y la violencia, pero los derechos de la novela fueron adquiridos por el inglés John Boorman, que venía de dirigir dos películas con Lee Marvin como protagonista, A quemarropa (Point Blank, 1967) e Infierno en el Pacífico (Hell in the Pacific, 1968). Inconformista a lo largo de toda su filmografía, se ha ganado el respeto de cierta parte de la crítica y el público, que disfrutan de sus historias en las que personajes corrientes se ven envueltos en aventuras épicas que les pondrán a prueba enfrentándose a grandes desafíos vitales. Títulos como Zardoz (1973), El exorcista II: el hereje (The exorcist II: the heretic, 1977), Excalibur (1981), La selva esmeralda (The emerald forest, 1985), Esperanza y gloria (Hope and glory, 1987) oEl general (The general, 1998), entre otros, figuran su haber. En principio Boorman quería que Jack Nicholson interpretara el papel de Ed, a lo que el actor accedió si su amigo Marlon Brando se metía en la piel del aguerrido Lewis. Pero los honorarios de ambos ascendían a un millón de dólares de la época, la mitad del presupuesto.
El reparto quedó definitivamente encabezado por Burt Reynolds, unos de los iconos por antonomasia del cine moderno que tiene en el de Lewis Medlock uno de los mejores papeles de su carrera. Orson Welles dijo una vez que "él éxito es Burt Reynolds", y no sin razón; desde mediada década de los setenta, era cierto que su nombre era sinónimo de triunfo en el cine americano del momento: Sam Whiskey(Arnold Laven, 1969), El rompehuesos (The longest Yard, Robert Aldrich, 1974), Los caraduras (Smokey and the Bandit, Hal Needham, 1976), Los locos del Cannonball(The Cannonball Run, Hal Needham, 1981), Ciudad muy caliente (City Heat, Richard Benjamin, 1984), son algunos ejemplos de su más que extensa filmografía. La década de los noventa no se le dio muy bien hasta que Striptease (Andrew Bergman, 1996), vehículo de lucimiento para las operaciones estéticas de Demi Moore, le recordó a la industria que aún existía. Paul Thomas Anderson contó con él para su exitosa Boggie Nights (1997), que le valió una candidatura al Oscar, gracias a lo que su carrera se ha visto relativamente relanzada aunque siga protagonizando castañazos como Driven (Renny Harlin, 2001).
Jon Voight, por su parte, no ha tenido ningún problema en mantenerse como actor de prestigio desde que comenzara su carrera en 1967 con El intrépido Frank(Fearless Frank, Phillip Kaufman). En su segunda película tuvo la suerte de conseguir el papel por el que a la larga sería más recordado, el gigoló sensible deCowboy de medianoche (Midnight cowboy, John Schlesinger, 1969). Fue nominado al Oscar por su interpretación, galardón que logró nueve años más tarde gracias aEl regreso (Coming home, Hal Ashby, 1978); en 1985 volvió a ser nominado por El tren del infierno (Runaway train), de Andrei Konchalovsky. Tras cabalgar entre las causas sociales y el cine durante los últimos veinte años, hoy se ha convertido en uno de esos actores que sirven para engrandecer producciones al incluir su nombre en los créditos: Anaconda (Luis Llosa, 1997), Se busca (Most Wanted, David Hogan, 1997), Enemigo público (Enemy of the State, Tony Scott, 1998), Pearl Harbor(Michael Bay, 2001) o Tomb Raider (Simon West, 2001).
Ronny Cox y Ned Beatty entraron por la puerta grande del séptimo arte con esta película, aunque no han alcanzado la relevancia de sus otros dos compañeros de reparto, manteniéndose en un discreto segundo plano a lo largo de sus carreras. A Cox se le reconoce, más allá de su papel de policía honesto en Superdetective en Hollywood (Beverly Hills Cop, Martin Brest, 1984) por ser el villano de dos de los títulos de la filmografía del irreductible Paul Verhoeven: Dick Jones, dueño de la O.C.P. en Robocop (1987) y el tiránico Cohaagen de Desafío total (Total Recall, 1990). Ned Beatty es otro de esos rostros que todo el mundo reconoce pero cuyo nombre nadie recuerda; con una extensa filmografía a sus espaldas, destacar títulos como Todos los hombres del presidente (All the president´s men, Alan J. Pakula, 1976), Superman (Richard Donner, 1978), 1941 (Steven Spielberg, 1979),El cuarto protocolo (The fourth protocol, John McKenzie, 1987), Causa justa (Just cause, Arne Glimcher, 1995) o Condenados a fugarse (Life, Ted demme, 1999).
También hay que hacer una mención especial a Bill McKinney, habitual de las películas gamberras de Clint Eastwood de finales de los 70 y principios de los 80, y a Herbert 'Cowboy' Coward, perfectos como los rednecks atacantes. Coward fue propuesto por Burt Reynolds, que había trabajado con él en un espectáculo de indios y vaqueros en Carolina del Norte. Y no menos apropiado está Billy Redden como el chico del "duelo de banjos", aunque al no saber cómo resultar convincente tocando el instrumento, otro muchacho estaba situado tras la silla, siendo sus manos las que vemos interpretar la melodía. Además, a Redden le agradaba enormemente Ronny Cox, así que al final de la escena, cuando el chico tenía que apartar la mirada, le resultaba imposible hacerlo por el aprecio que sentía hacia el actor; la solución fue acercar hacia ellos a Ned Beatty, a quien no podía ni ver, logrando un efecto absolutamente espontáneo. Al finalizar el rodaje, estuvo trabajando un tiempo organizando tours por la zona para turistas; cuando Tim Burton lo descubrió lavando platos en Georgia, no dudó en ficharlo para realizar un cameo en su Big Fish.
Se rodó un final alternativo, que mostraba a Lewis ­con una muleta-, Bobby y Ed en compañía del sheriff de nuevo en el pueblo tiempo después. El policía les mostraba un cadáver encontrado en el río, pero el espectador no podía comprobar si era el de Drew o el de alguno de los asaltantes. Este papel no acreditado lo "interpretó" el hijo de James Dickey, Christopher. Como anécdota final, señalar que para reducir gastos ninguna aseguradora se hizo cargo de la película, y los propios actores se encargaron de las escenas más peligrosas. Sin riesgos, no hay emoción.

José Arce Bernal (Madrid. España)

FA 4958

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