jueves, 6 de septiembre de 2012

Chris Marker - Level Five (1997)


Nivel cinco
Laura recibe el encargo de finalizar el guión de un videojuego dedicado a la batalla de Okinawa (una tragedia prácticamente desconocida en Occidente pero cuyo desarrollo desempeñó un papel decisivo en el fin de la Segunda Guerra Mundial, y, como se verá, en la posguerra y hasta el presente). Juego muy singular, sin duda pues, a diferencia de los juegos de estrategia clásicos, cuyo objetivo es revertir el curso de la Historia, Level Five sólo permite reproducir esta historia tal y como fue. Pero, al trabajar sobre Okinawa, Laura se topará con una misteriosa red paralela en Internet de informadores y testigos de la batalla. Así, acumulará los vestigios de la tragedia que empezarán a interferir en su propia vida. Como todos los videojuegos, Level Five avanza por niveles. Laura y su interlocutor, intoxicados por su misión, acabarán por componer una metáfora de la vida, distribuyendo los "niveles" a todo lo que les rodea. ¿Alcanzará Laura el Nivel Cinco?.

Chris Marker, el último pensador metafísico, nos invita a asisitir a un extraño ritual funerario. En él, el recuerdo personal y la memoria colectiva se entremezclan a distintos niveles, o juegos de lenguaje, de tal forma que el límite entre realidad y ficción, entre documento y juego se pierde irremediablemente, quién sabe si para siempre. El sufrimiento de Laura/Catherine Belkhodja, por la pérdida de un ser querido, se vuelca una y otra vez sobre el horror de la guerra y su doloroso legado. Okinawa y su trágico destino en la Segunda Guerra Mundial entran en Laura, y en el hueco dejado por aquel a quien ha amado y que ha perdido, para llenarlo con la angustia de una pregunta. De no haberse producido el sacrificio de Okinawa, es muy probable que no hubiera existido el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki y, de seguro, la historia del siglo XX habría sido otra muy distinta. Marker reconstruye, gracias a la memoria, el mosaico de aquello que fue, y restituye, gracias a la distancia, nuestra capacidad de comprensión, más allá de la explicación de unos hechos. Así lo expresa Christa Blümlinger: "El mecanismo regulador de una cultura del recuerdo precisa algo más que el mero documento, algo más que la referencia a un acontecimiento histórico o a una circunstancia". (...) (Texto de Nacho Caiga, tomado de Shangri-la)
Ahora que parece que un cineasta como Chris Marker ha sobrepasado la frontera del cine de militancia, del documental político y del ensayo audiovisual, su figura empieza a ser cada vez más y más conocida por un público que supera el ámbito de lo alternativo y los templos culturales. Embarcado en aventuras museísticas, ampliando su campo de acción hacia territorios propios de la video-instalación, el cd-rom, los proyectos internaúticos o las exposiciones, Marker sigue realizando en la actualidad vídeos que nos remiten a su etapa de cineasta. De hecho, su filmografía parece repetirse en un movimiento en espiral cuya dirección sigue siendo tan oscura como lo era al principio de su obra. Su quehacer se reinventa dentro de un lógico devenir al que él mismo siempre se ha opuesto. Nunca se ha querido preguntar acerca de su deambular como autor, y defiende el derecho a dejarse llevar por la marea de lo impredecible.
Sigo pensando que las claves para entender su producción, o intentar acercarse a ella con una cierta coherencia al menos, nos remiten ineludiblemente hacia sus trabajos cinematográficos. Si hacemos un recorrido por algunos de sus hitos, veremos que hay en él una querencia hacia ciertos paisajes y retratos. A través de esos paisajes se despliega ante nuestra mirada la geografía de una esperanza que renuncia a toda clase de poder. Como en su temprana Carta de Siberia (1957), donde aparecía su crítica hacia la burocracia soviética, o de Sans soleil (1983), desde cuyos contornos podía hablarnos de "esos dos polos extremos de la supervivencia: África y Japón". O, por poner otro ejemplo, después de las desencantadas historias parisinas de Le joli mai(1963), nos ha acercado recientemente a la microcrónica de un París subsumido en la globalización con sus Chats perchés (2004).
Por otro lado, sus retratos de otros artistas, cineastas, escritores, creadores o intérpretes, como Yves Montand, Akira Kurosawa, Andrei Tarkovski, Françoise Maspero, o Roberto Matta, son testimonios en contra del oscurantismo y a favor de un existencialismo humanístico que no excluye sus bestiarios y declaraciones de amor hacia sus animales favoritos, a saber, el gato, la lechuza, el elefante,… siempre presentes y admirados, en un discurso que relativiza la presencia humana en la naturaleza.
Finalmente, La Jetée (1962), su foto-novela, construida en base a una sucesión de fotos-fijas, al igual que su inventario personal Si j’avais quatre dromadaires (1966), y que constituyen conjuntamente con su ficción documental Level 5 (1997) una suerte de tríptico falsario, que supone para mí la quintaesencia irreductible de su filmografía.
Estos itinerarios por entre los que avanza, realizados entre la ficción y el documental, entre la imaginación y la memoria, revelan la ruta maestra de Chris Marker. Como él mismo parece haber dicho, "la verdad puede que no sea la meta, pero sí el camino", y así en el contínuo desplazamiento con el que nos convierte en compañeros de fatigas de sus viajes, nos acerca al límite mínimo de memoria que nos permita traspasar el umbral hacia la posibilidad de unas formas de vida que no se encuentren sujetas constantemente a la explotación y la humillación de los unos sobre los otros, para creer que la felicidad humana es posible, no como una realidad ausente de sufrimiento y compasión, sino por el contrario como la consciencia abierta de quienes piensan como él mismo, que mientras haya una persona oprimida, todos estamos sujetos a la opresión.
Al final, lo que nos queda tras la multiplicidad de máscaras es el autoretrato de un hombre que nos ha hablado de su tiempo con la cámara a la altura de sus ojos, y de paso, mantenido en la sombra, nos ha hablado de sí mismo, de su vida, de sus amigos, sus animales favoritos, sus sueños y su realidad cotidiana. Me parece que su visión del mundo ha conseguido plasmar el poder y la humildad que él pedía para cada una de sus imágenes, el mismo poder y humildad que tenía la magdalena proustiana. El poder y la humildad de evocar nuestra propia memoria y hacerla amalgamada parte de la memoria del mundo.
Si tuviera en mi mano la posibilidad de hacer contacto con una civilización alienígena, y pudiera servirme de cualquier instrumento para explicar la vida en la Tierra, no se me ocurriría nada mejor, a falta de los cuatro dromedarios de don Pedro de Alfaroubeira, que el legado audiovisual que Chris Marker ha compartido con nosotros. No sé si entonces ellos entenderían mejor en qué consiste la condición humana, pero estoy convencido que estarían más cerca de entender el sentido de nuestros anhelos y devaneos.
Dejemos pues hablar al viento, a ese aliento que nos llega de un extraño y lejano país, el país de la esperanza, desde el que surge la figura y la obra de este enigmático autor al que hemos convenido en llamar Chris Marker. (Texto de Nacho Caiga, tomado de Shangri-la)
"Sólo hay un denominador común a todo este despliegue de recursos de Chris Marker: la inteligencia." André Bazin
FA 4987

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