lunes, 1 de octubre de 2012

Masahiro Shinoda - Kawaita hana (1964)


Muraki es un yakuza -la mafia japonesa- recien salido de la cárcel. Hastiado con el rumbo que ha tomado su organización, conoce a Saeko, una enigmática joven interesada en el juego y las sensaciones fuertes. (FILMAFFINITY)
En ‘Flor pálida’ confluyen, en cóctel exquisito, Antonioni, la nouvelle vague y el género yakuza.

Antonioni, en el tedio existencial de hombres, mujeres y lugares. En calles y recintos, atestados o desnudos. En la incomunicación profunda de los personajes, sus silencios. Su voluntad desesperada de encontrar sentido al borde del abismo.

En el ritmo y el absurdo.

La nouvelle vague, en encuadres, movimientos de cámara y juegos con el eje.

El actor Ryo Ikebe encarna a un yakuza extraordinario. Imponente, sobrio, noble e implacable. Un personaje de acción ‘estático’ y perfecto.

Saeko es el eterno femenino, inalcanzable. Su palidez es metáfora sencilla, hermosa y visual. Su apariencia y gesto fantasmal la sitúan casi al otro lado de la vida. El coche deportivo simboliza el ansia permanente y enfermiza de fuga hacia adelante. Velocidad sin dirección y huida en el vacío.

Hay un tercer personaje imprescindible, Yoh. Una presencia muda, de rostro oscuro, que aguarda siempre en sombra. Personificación espectral del drogadicto –más bien diría que es la imagen misma de la droga.

El triángulo Muraki–Saeko–Yoh es maravilloso. Saeko oscila entre dos polos. Uno de ellos, Muraki, es siempre bien visible. El otro, Yoh, carece de sustancia, es casi inmaterial –parece que sólo cristaliza en forma de destello: un cuchillo clavado en la madera; la mirada, brillante y turbia; las facciones imprecisas y afiladas. Todo lo que se refiere a él es brumoso e inquietante, rumor o sueño, como un soplo de muerte. Yoh tiene algo del secuestrador de ‘El infierno del odio’ (estrenada un año antes), de Akira Kurosawa.

Muraki querría llevar a Saeko hacia la luz, ¿pero existe la luz?

La iluminación, la música de Toru Takemitsu, el sonido –creador de espacios– la sobriedad de los actores (aquí no grita nadie), el tempo narrativo, la calidad en las elipsis, el clímax de la ‘ópera’ final...

–No quiero ver amanecer –dice Saeko–. Que no se acabe nunca la noche llena de peligros.

Que no se acabe nunca. (servadac, FilmAffinity)



FA 5087

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